HdC. Si en nuestro anterior post nos referíamos a unos elementos
tradicionales en Galicia como son los cruceros, ahora de de justicia hacer
mención a otros más humildes desde el punto de vista artístico pero que siempre
han estado ahí: las fuentes. Unas fuentes que eran –y siguen siendo- oro a lo
largo de las llanuras de Castilla, y que abundaban y abundan una vez que se
entra en suelo gallego. Porque ya se sabe: Galicia es mítica tierra de lluvias,
de verde y de agua. Incluso este invierno tan seco no provocó que se secaran la
mayor parte de las que manan a diestra y siniestra de los Caminos de Santiago.
También resulta innegable que el peregrino actual ha hecho suyos otros hábitos,
como el de comprar el agua embotellada o el de fijarse si la que mana es
potable o no, algo que resultaría insólito medio milenio atrás. Pero las
fuentes se han transformado en un elemento humanizado, que de alguna manera
indica la cercana presencia del hombre, y, además, en el estío no hay quien se
resista a remojar un poco la cabeza antes de continuar poniendo un pie delante
del otro. Claro que no todo son rosas, sino que también hay espinas: las
fuentes de los Caminos necesitan una mayor protección y muchas de ellas, la
simple recuperación.
La de la fotografía se encuentra en la llamada Prolongación
a Fisterra y Muxía. Una vez que se sale del municipio de Santiago se entra en
el de Ames. Toca bajar por una acerca y mucho asfalto –reconozcámoslo: no muy
bonito- y luego una larguísima, algo dura y preciosa subida por medio de un
bosque. Y arriba de todo, cuando el cuerpo pide una parada para recuperar
fuerzas, aparece como una bendición la fuente. Dan ganas de decir una vez más
“¡Ultreya!”.
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