La Reina Lupa


EG. No hay como Galicia para generar leyendas, con todas las formas, protagonistas y desenlaces. Y leyenda es (o no?) la historia de la Reina Lupa, la poderosa matrona que habitaba y dominaba los montes más cercanos a la que hoy es la ciudad de Santiago de Compostela, en las regiones del Fin del Mundo.

No fue la primera vez, pero sí la más célebre, que alguien osaba confrontar su fuerza con la del Apóstol en los primeros tiempos de la conquista cristiana del Finisterrae, entonces completamente en manos de los dioses y mitos paganos. Y tuvo que venir Santiago, ya muerto, para derribar la fuerza de lugares célticos tan asentados y firmes como el mismísimo Ara Solis.

La tradición cuenta que Santiago mártir llegó a las costas gallegas empujado por vientos divinos en una barca sin timón, acompañado por sus discípulos Atanasio y Teodoro. Sin embargo, con el desembarco aún no había acabado su traslatio, aún tendría que librar más de una batalla hasta conseguir el reposo definitivo y la construcción, sobre su tumba, del más importante centro de peregrinaciones de Europa de todos los tiempos, en el Libredón.

Los dos discípulos, o cuatro hombres, según las versiones, se dispusieron poco después de llegar a buscar un emplazamiento definitivo para Santiago, dirigiéndose a la reina del lugar, Lupa, para pedir su consejo y consentimiento.

Y aquí es donde comienzan las varias versiones de la tradición, coincidentes en la zona geográfica y en los protagonistas pero ya no tanto en el desarrollo de los hechos. La más extendida dice que Lupa, para librarse de los recién llegados, los envió a consultar con Regulus, el sumo sacerdote del Ara Solis, que viendo una clara amenaza a su dominio religioso los hizo encarcelar sin miramientos, mientras en su fortín Lupa ordenaba a sus soldados que robasen y llevasen a su presencia los restos mortales de Santiago.

Pero ambas acciones salieron mal a los paganos. La cárcel de Regulus abrió sola sus puertas para permitir escapar a los cristianos; y el cuerpo de Santiago no se dejó atrapar por los soldados de Lupa, sino que se elevó prodigiosamente en el aire para trasladarse por sí mismo hasta el Pico Sacro.

Y mientras los soldados iban asombrados a contarle a su reina lo sucedido, Regulus enviaba tropas tras los fugados, aunque sin demasiado éxito, al derrumbarse también de modo milagroso el puente sobre el río Tamara (Tambre) y desaparecer los idólatras bajo un gran amasijo de piedras, barro y agua.

Fue entonces cuando Atanasio y Teodoro se dirigieron otra vez a Lupa para hacerle saber que conocían sus tretas y engaños; y reclamar nuevamente permiso para dar entierro al Apóstol. Pero la pertinaz soberana celta decidió retar otra vez al poder divino que respaldaba a los cristianos, y con un nuevo ardid les ofreció para el traslado un carro y dos bueyes que en realidad no eran bueyes sino toros salvajes. La intervención divina apaciguó a los toros ante el desconcierto de Lupa, que por fin se rindió a la evidencia y pidió ser bautizada allí mismo.

Atanasio y Teodoro decidieron entonces que iban a ser los animales los que eligiesen el lugar de la sepultura. Y así fue. Llevando tras de sí el cuerpo de Santiago, la pareja de toros guió a los cristianos hasta las cercanías del monte Libredón, donde finalmente dieron sepultura a los restos y construyeron un sencillo altar de piedra.

Tendrían que pasar muchos años todavía hasta que, en el año 813, el ermitaño Paio viese en el Libredón las luces extraordinarias (Campus Stellae) que le indicaban los restos del altar y de tres monumentos funerarios, el de Santiago y sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro. Pero ésa, ésa es ya otra historia.

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